Crónica de mi NiNiez

Sí, yo también fui un «NiNi», del tipo tradicional, y aunque fue por una situación fortuita, la elección de no hacer nada fue enteramente mía.

La cosa fue más o menos así:

El 20 de abril de 1999 inició la que sería la huelga más larga que hasta la fecha ha registrado la UNAM, y conicidió con mi estancia en dicha casa de estudios. Yo era entonces un joven que estaba a tan sólo 15 días de cumplir los 20 años, aún tenía ideales, una vida normal de citadino, una novia con la que había química pero no pasión, y eran los días en que estaba conociendo de lleno el sabor del polvo de la UNAM: de 5 materias que cursaba en mi 4º semestre de la Fac. de Psicología, iba reprobando 3, 2 de ellas ya irremediablemente, y estaba más confundido en la vidad que nunca antes.

Total que para el mes de abril del 99, yo deseaba fervientemente un Tiempo Fuera de mi propia vida, y el título del libro «Paren el Mundo, Quiero Bajarme» tenía más significado que nunca antes. Eran días de mucha efervescencia en la UNAM, con posturas radicalizadas que a fin de cuentas perjudicaron a todos, y yo no era la excepción, simplemente fue un conflicto en el que no podías mantenerte ajeno.

Después de varios escarceos y amenazas tanto de parte de la Rectoría como de los Estudiantes, el 20 de abril estalló la huelga, lo que sacó al NiNi que yo llevaba, y sucedió más rápido de lo que esperaba. Al inicio quise apoyar de manera activa la huelga: asistir a marchas, plantones, cierres de calle, colecta de víveres y lo que típicamente se hace en estos casos; sin embargo, no contaba con my Dear Family, que bloqueó una y mil veces mis intentos por hacer algo. (A favor de los huelguistas).

Yo vivía en ese entonces con 3 tíos: un hermano soltero de mi mamá y una hermana de ella tambié, así como el esposo de dicha hermana, y sus dos niños que tenían 3 y 1 años, respectivamente. Al estallar la huelga, a mi tía le brillaron los ojitos, «¡¡SIRVIENTE GRATIS!!» parecía exclamar su sonrisa el primer día que me vio ahí a las 11 de la mañana, miércoles 21 de abril, y ahí empezó todo.

Primero peleé con los que eran hermanos de mi mamá (y que tenían mayor autoridad moral sobre mí) acerca de lo injustos que eran al no dejarme participar en La Huelga, fueron días de discusiones donde poco nos faltó para mandarnos al diablo. Peeeeeero eso sí: «Hablarás todo lo que quieras, ¡pero vas a los mandados!» parecía ser la consigna, y al mismo tiempo, algo dentro de mí me hacía terminar por hacer esos mandados. Conocí de lleno lo que era ir al mercado con una lista de compras, a «escoger la fruta», a comprar carne de res, pollo, y a cargar una bolsa llena de la comida que al final también yo iba a degustar. Cuando sobraba cambio, prefería «cobrarme a lo chino» eso de «ir por el mandado»: Me compraba mi revista «Witchblade» que costaba módicos 15 pesitos mexicanos, a mí me parecía un robo en despoblado que hacía Editorial Vid, y no siempre me alcanzaba para comprarla con lo que me daban para mis gastos cada quincena. (Yo era un NiNi, ¿no?). Como dato cultural, hasta agosto de 1999 la revista Batman, que también publica Editorial Vid, costaba sólo 10 pesitos mexicanos, y «Witchblade» la vendían más cara por ser del género «Cómic Alternativo». Yo pensaba que «alternativos mis tanates», pero la compraba.

Supe también ir al spuermercado por víveres y no sólo por cosas de segunda necesidad: aprendí de marcas y precios de pañales desechables, a escoger las charolas de carne en la zona de congelados, a lidiar con edecanes insistentes, a buscar la caja más rápida, y además, en noviembre de ese año, conocí a la más linda empacadora que haya yo visto, se llamaba Patricia, pero jamás me permitió acercarme. Yo vivía en la delegación Álvaro Obregón, y para salir del súper e irme al depto.  que habitaba debía subir la avenida, con la bolsa llena de cosas del súper y así, por lo que me servía de ejercicio.

Otra de las obligaciones era cuidar a mi primo de 1 año, cosa que me fastidiaba hasta la madr#e, pero no me daban opción, así que lo metía a su cuna, le ponía la TV, o más bien dicho, la ponía yo para mí y él tenía que soplarse lo que a mí se me antojara ver, al fin y al cabo que era un bebé que no sabía nada de nada ¿no? En esta actividad NiNiesca aprendí a cambiar pañales, a hacer malabares con un pañal lleno de, bueno, lo típico de un pañal, las toallitas húmedas, la crema para rozaduras (en caso de ser necesario) y contando con sólo dos manos. 5 años después, esos conocimientos me servirían para atender a mi pequeño hijito.

Fuera de ello, yo tenía libertad absoluta para hacer las cosas como mejor me conviniera: podía tardarme lo que quisiera en el súper y el mercado, el cuidado de mi primo estaba escasamente vigilado, y yo podía leer mis cómics, ver la TV, escuchar el radio el tiempo que se me diera la gana. En mayo de ese año, el noviazgo con la chica que mencionaba más arriba terminó, yo decidí darme un tiempo para «sanar heridas», y para junio, me di a la tarea más bonita de todas: vagabundear subsidiado. Conocí casi casa por casa el Centro Histórico del DF, me hice cuate de los ambulantes de Tepito, fui visitante asiduo del Parque México en la Col. Hipódromo, jugaba videojuegos en Arcade («Arcadias», las llamaba por ese entonces la revista Club Nintendo) afuera del metro Chilpancingo, dado que era NiNi y tenía una visión cerrada, me compraba ropa baratita en Mixcalco, y no me interesaba en lo más mínimo dejar a mi tía sola en casa con dos hijos pequeños, yo paseaba y paseaba, y paseaba… Llegaba por la tarde-noche, sabiendo que había comida caliente, una cama para dormir, agua caliente en el baño, una casa para vivir, y todo ello me salía gratis. De la escuela «bien, gracias». Estaba decidido a perder un semestre que de todos modos ya había perdido en clases, y evaluaba la posibilidad de cambiarme de carrera cuando aún estaba a la mitad. En mayo del ´99 el nivel medio superior de la UNAM inició clases extramuros («Extraburros» las llamábamos los NiNis) mientras que las licenciaturas nada de nada, o bien, por iniciativa propia, y a título personal, los profesores empezaron a dar clases donde podían y como podían.

En junio intenté trabajar (¡de veras!), me compré el «Segunda Mano» y busqué en su raquítica sección de empleos algo que pudiera yo hacer, vi un anuncio que decía algo así como «Se solicita joven para promocionar disco» y yo pensé que se trataba de promover un disco que alguien había grabado, así que verifiqué la zona probable del teléfono de contacto que aparecía, vi que era por la zona de la Col. Narvarte, y llamé. Me dieron una cita ese mismo día en la tarde-noche en la calle de Uruguay, en la Col. Centro, el chico me dijo que era en un lugar llamado «La Malinche», y caí en la cuenta que se trataba de un antro, que por ese entonces tenía bastante buena reputación, por cierto. Fui de todos modos por curiosidad, y allí encontré a otros 3 chavos que también iban interesados por la oferta, el trabajo era simple: debía repartir tantos flyers como pudiera para el antro (disco) en  cuestión, con mi nombre atrás, y por cada personita que pagara su cover, a mí me daban $20.00 (veinte pesitos mxicanos). El chico trató de entusiasmarnos vendiendonos lo padre que era la vida del «antrero», y que hasta «se podí vivir de promover el antro», que podíamos conocer a la gente que trabajaba en «alfa Radio» (que por entonces era algo bueno), etc., etc…. Vi que yo NO teía suficientes conocidos como para empezar siquiera «tablas» (ya no digamos rentable) y le dije que sí por cortesía, a la media semana me desafané… telefónicamente, el chico dijo que no había problema y cada quién siguió con su vida.

Más o menos para julio, ya había decidido que terminaría mi carrera y sinceramente ya me estaba empezando a aburrir de ser NiNi, me remordía la conciencia y pensaba en mi papá, con quien casi no me comunicaba en aquellos entonces, y en el ejemplo de respeto y dedicación por el estudio que siempre me había inculcado, y yo me sentía mal, me cuestionaba si debía irme al IPN, o dejar de estudiar para ponerme a trabajar en Tapachula, Chis. (No es broma) o qué demonios hacer. Casi un año después, supe que mi tío, quien era como mi tutor, en realidad temía una discusión subida de tono conmigo y debido a ello no me preguntaba que qué demonios iba yo a hacer con mi vida. De todos modos, yo no tenía una respuesta para darle, así que sólo me daba largas yo mismo, diciéndome «en cuanto se acabe la huelga, voy a entrar a clases y ahora sí voy a hacerlo bien, ya verán» y cosas por el estilo.

1999 también fue el año en que hice mi servicio militar como Buen Ciudadano Respetuoso de Las Leyes y… ajá… No, lo que en realidad pasó es que me presionaron mi papá y mi tío-tutor, ya que ellos lo hicieron, y fue mi papá el del discursito de «buen ciudadano» y quién sabe qué madres más, ya no me acuerdo. Peeeeero sí me presentaba los sábados al lugar designado a cumplir con mis obligaciones: una escuela secundaria pública que me quedaba tan cerca que la podía yo ver desde la sala del depto. donde vivía, y a la cual llegaba en 5 minutos ca-mi-nan-do.

Dada mi escolaridad, los militares del Campo Militar 1-H «Leones Tacuba» tuvieron a bien asignarme con los buenazos del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos, (INEA) para «ayudar a la gente a aprender a leer, o bien, para apoyarlos a que terminen su primaria o secundaria». En teoría, varios compañeros y yo debíamos buscar un determinado número de personas cada semana para inscribirlos al INEA y darles clase en su domicilio o lugar de trabajo, una labor denominada «Instructor Promotor», y que en aquel año era la primera vez que se ponía en práctica. Sobra decir que fue un rotundo fracaso, y si entre 5 chavos logramos inscribir 4 personas en todo el año, fueron muchas. Supuestamente, cada semana debíamos llevar documentos para inscripción de unas 10 ó 15 personas, ya no recuerdo bien, y con base en ello el Coordinador del INEA nos daba la asistencia en la lista de los militares. Pero como antes de todo, cada sábado sin excepción, lo primero (y casi lo único) que hacían los militares era pasarnos lista, pues bien sabíamos que la amenaza del güeycito del INEA era pura vacilada.

No quiere decir que no aprevecháramos el tiempo, ¡No, qué va! lo aprovechábamos maravillosamente bien:

  1. Como estábamos cerca de las oficinas de la Delegación Álvaro Obregón, establecimos allí nuestra «base de operaciones», y con el aval de una conocida que trabajaba ahí, y de los vigilantes que se hicieron cuates nuestros, entrábamos a la delegación «como Pedro por su casa», nos apoltronábamos en las sillas («¡¡El que llegue primero apaña las sillas con colchoncito, no mamen!!») y sacábamos un dominó que nuestro buen cuate Miguel Ángel Barajas, alias «El Precoz», encontró en algún cajón. Horas de diversión garantizada.
  2. Cuando hacía buen tiempo, salíamos a la explanada principal, marcábamos alguna línea de las divisiones del pavimento, nos parábamos ahí y llevábamos a cabo el típico concurso de escupitajos. («¡¡¡NO MAMES, GÜEY!!!, ¡¡¡OCHO METROS!!!»).
  3. Criticar a la delegada de aquellos años, la «ilustrísima» Guadalupe Rivera Marín, nieta del genial artista mexicano Diego Rivera, de quien lo menos que decíamos era que estaba «bien anciana».
  4. Disertar, dicurrir, comentar, y todo lo que implique hablar como perico, sobre el tema de La Huelga. Era «El Tema», y yo, que en ese entonces simpatizaba abiertamente con el PRD, discutía acaloradamente con el buen Eduardo Gutiérrez Lima, Panista declarado y que se las daba de «gran pensador». Casi todas las discusiones respecto al tema entre él y yo terminaban con la frase «¡Ya, no mames!, mejor vamos a hablar de otra cosa, porque no nos entendemos».
  5. A veces nos prestaban un «Centro Social de Barrio» de una colonia popular depauperada, y que no era más que una construcción vacía con una mesota y 2 sillas, todo del año del caldo, para hacer ahí nuestra «Importante, Vital y Magna Obra del Sexenio» de promoción, que era básicamente abrir la bodega ésa, poner un cartel todo horrible afuera y sentarse a la mesota para esperar a que cayeran los incautos y preguntaran sobre el servicio que ofrecíamos. Uno solo de esos sábados llegó una señora porque pensó que estábamos regalando leche de LICONSA y en cuanto escuchó la frase «terminar la escuela» tomó a sus 2 hijos pequeños y se apresuró a irse. Menos mal, porque los Instructores Promotores y el NiNi que era yo, estábamos hablando de conquistas amorosas, ver quién tenía o había tenido a la novia más bonita, todo expresado en «finísimas palabras» que no le pedían nada a Polo-Polo.
  6. 2 horas al día, y sólo algunos sábados, yo personalmente y en persona, le daba clases a Doña Alberta Damián (en serio, así se llamaba) para que terminara su primaria, lo cual logramos a duras penas, y en una ocasión debió presentarse a unos exámenes en la escuela donde nos pasaban lista los militares, así que la hice pagar un cómodo taxi, a pesar de que podíamos ir y venir caminando. Yo era un NiNi, ¿no?

Total que para agosto se anunció que la UNAM inscribiría a sus alumnos de licenciatura al siguiente semestre lectivo, el 2000-1 en diferentes lugares que había conseguido que le prestaran, casi todos escuelas públicas, y que debíamos hacerlo sin demora. Y allá voy, desde la zona de Tacubaya, donde yo vivía, hasta el CONALEP 2, 6, ó sepa la bola, ya ni me acuerdo, el caso es que estaba en Cuautepec, en la exclusivísima zona de Gustavo A. Madero. Quedé de verme con un cuate que tenía (y tiene aún) carro para irnos, y después de perdernos llegamos y me inscribí… para entrar a clases quién sabe cuándo. En medio del desmadre, logré hacer un cambio de turno no-oficial, del vespertino al matutino, cosa que siempre me habían dicho que «no-se-puede-hacer-por-el-sobrecupo-del-matutino» y que una maestra me permitió encantada de la vida (en realidad le valía, creo que ella ni quería estar inscribiendo).

Para septiembre del ´99, todo seguía practicamente igual: huelga empantanada, CGH radicalizado, así que mi Coordinadora del Servicio Militar terminó por darse cuenta de que yo era un NiNi, por lo que me pidió que «diera de mi tiempo» para «alfabetizar» entre semana en las instalaciones de la delegación a personas que si bien no eran NiNis, eran algo así como sus papás putativos (putativo quiere decir «Aparente»): Burócratas del DF, personas poco estimuladas intelectualmente cuya preocupación mayor era ver la manera de zafarse para NO tener que trabajar ni 5 minutos extras. Lo hice, pero el 27 de septiembre me cayó un aguacero que no extraño ni olvido, se me mojaron hasta los vellos del antebrazo y ya no me quedaron ganas. Mejor me puse a ver «Melrose Place», ya me había hecho fan, lo mismo de: Moesha, Sabrina, Batman: The Animated Serie, Dawson´s Creek… bueno, prácticamente toda la programación del canal 4 de televisa de aquel año, y así me la pasé ese mes.

En octubre me preparaba para mis merecidas vacaciones de fin de año (eso sí era ser cínico) peeeeeero, ¡¡Don Beto, Don Beto, ya tenemos carretera!!, digo ¡¡Ya tenemos clases «extraburros»!! Y en el Hospital General de la Ciudad de México, además. Días antes había «validado» mi inscripcion allá por la calle de Acasulco, cerca del metro Miguel Ángel de Quevedo, donde le dirigí por primera vez la palabra a una chica lindísima que después sería una de mis amigas más leales, cosa que me latió. Aún no sé cómo, pero había convencido a un muy buen amigo de que tomara la clase en el Hosptial General junto conmigo y allá fuimos. era una clase por semana, e la materia de «Psicología Clínica» con una maestra inolvidable: María del Carmen Conroy Paz, a quien aún hoy aprecio mucho, me enseñó a ver el mundo desde una perspectiva de la Psicología, cosa que hasta hoy me ha servido en el trabajo. Fue también en esa clase donde conocí a mis mejores amigas: Ariadna, Gloria, Sandra Judith y Verónica (la chica linda que mencioné más arriba en la calle de Acasulco). El conocerlas a ellas cambió mi vida para siempre, y la verdad aún hoy extraño cañón esos días básicamente por ellas, de verdad.

En ese mismo mes de octubre iniciaron otras clases extraburros en la Coordinación de Salud Mental de la Secretaría de Salud, en el rumbo de San Jerónimo, al sur del DF, y pude recuperar cierta rutina escolar: miércoles de 8 a 12:30 del día, clases de Psicometría, Psicología Diferencial y Psicología Experimental en la Coordinación de Salud Mental, mientras que al día siguiente, jueves, clase de Psicología Clínica en el Hospital General; de la manteria de Desarrollo Psicológico II nadie se acordaba, y no nos la asignaron eran circunstancias extraordinarias (y yo andaba de flojo). En este hospital me reencontré con conocidos de semestres anteriores, y uno de ellos me dijo que me veía diferente, «como que menos agresivo y más sociable». era realmente el inicio de algo bueno en mi persona.

Como a las dos semanas mi amigo y yo descubrimos un tesoro oculto bajo un Sanborn´s en Av. Cuauhtémoc: el billar «Círculo 33», de buena reputación, y que de inmediato se convirtió en nuestro billar, en una ocasión llevamos allí a una compañera que conocíamos desde primer semestre llamada Paola, y desde ahí nos consideró algo «viciosos y vagos». Nos valió madres y seguimos yendo cuantes veces quisimos. En ese billar vi los partidos de las finales del «Torneo de Invierno ´99» del futbol mexicano: un sorprendente equipo de Pachuca ganando el campeonato cuando nadie daba nada por ellos.

En noviembre también me puse a jugar dominó en casa con un Sr. conocido nuestro del Istmo que dormía en el depto., y me dio una arrastrada con las fichas, que hasta ahorita me acuerdo. Menos mal que no apostamos, si no, él me hubiera ganado hasta los calzones agujereados que yo usaba.

En diciembre y sólo pensaba en mis vacaciones, el cambio de milenio, que me dieran mi cartilla los militares, en Melrose Place, en grabar cassettes del radio, en medio aprender de las clases «extraburros» y ya. El sábado 4 de diciembre, después de unas 5 horas de estar echando desmadre en el Campo Militar No. 1 (donde dicen las leyendas que terminaron enterrados algunos «desaparecidos» del movimiento estudiantil del ´68), nos dieron nuestra cartilla li-be-ra-da, salimos juntos del campo mi amigo «El Precoz» y yo, tomamos el mismo pesero, nos despedimos donde yo me bajé, fue algo emotivo, quedamos de saludarnos nuevamente «en caso de que hubiera guerra y nos manden a llamar», y lo único que NO se me ocurrió fue pedirle su teléfono para seguir con la amistad. Pndjo. El 21 de diciembre me puse una borrachera de antología con el Sr. que dormía en el depto. (el que me ganó en el dominó), y el 22 de diciembre amanecí sintiendo que flotaba, aún así fui al mercado (en la ida subía a la colonia donde está el mercado y en el regreso era de bajada) y más tarde al súper (en la ida aquí era de bajada y el regreso me lo echaba de subida, cargando bolsas). Toooooodo el día me tuvo asqueado el alcohol, al grado que no podía oler ni mi desodorante en aerosol sin sentir ganas de vomitar. Esa misma noche viajé a mis vacaciones en el Istmo, en autobús de primera clase, cortesía de mis papás, yo iba aún crudote, y no fue sino hasta como a las 2 de la mañana, cuando estaba pasando por Orizaba, Veracruz, que se me quitaron los síntomas y pude dormir.

Pasé allá mis vacaciones, y de lo más rescatable es que uns minutos antes del cambio de milenio sentí algo dentro de mí, como un Insight, y decidí decirle adiós a lo que sentía por la chica con la que había terminado ¡¡ya desde mayo!! y me sentí liberado.

En enero decidí que me quedaba allá, las clases extraburros se reanudaban a mediados del mes, y continué allá con mi niNiez: me dormía hasta las 3 ó 4 de la mañana por ver la tele, me despertaba a las 11 del día a desayunar calientito, cortesía de mi mamá, y de ahí en fuera, a no hacer nada hasta la hora de la comida. Yo era un NiNi, ¿no?. Aún no sé por qué regresé a mediados del mes, busqué a mis maestros pero ya no dieron clase. Después supe que se habían movido a darlas (las clases, claro) a diferentes partes y a mí nadie tuvo la decencia de avisarme. Pero al final fue mejor, porque esas matrias las recursé con mejores maestros cuando regresamos a C.U. Únicamente aprobé (¡¡y con diez!!) la materia de Psicología Clínica (la que tomaba los jueves en el Hospital General) y en ese momento de mi vida eso era suficiente para mí.

El jueves 4 de febrero por la tarde compré el periódico «El Universal» para buscar empleo (¡¡nuevamente!!) y vi algo interesante en la Col. Santa Cruz Atoyac, el viernes 5 me lancé para allá y tal vez de manera inconsciente NO encontré el lugar y claro, no se me ocurrió preguntar, vi que la calle era como «vandálica» y desistí. Me regresé al metro Zapata y en los puestos que hay allí escuché una canción que me pareció conocida, busqué el puesto y el vendedor me enseñó el disco en cuestión, era pirata, costaba sesenta pesos, traía sólo 3 tracks y me quiso convencer con el argumento de que «es un discazo». NO lo compré. ¿El nombre de la canción qu escuché? «For an Angel». ¿El nombre del artista? Paul van Dyk. En esos días me di una vuelta por la Facultad, y de todas las personas que podía encontrarme, la no-tan-mala fortuna quiso que quien me diera la «re-bienvenida oficial» a los estudios fuera la ex-novia con la que había terminado en mayo, cosa que me desagradó, ella me saludó muy amable, venía con otra amiga mutua a quien yo sí apreciaba, no pude fingir que no las había visto, platicamos como 5 minutos y cuando vi a mi ex a los ojos me asusté: parecían los ojos de un fantasma, ella es de tez blanca y ese día tenía ojeras, pero lo que me asustó fue su mirada que era totalmente gélida no sólo conmigo, sino en general, y en ese momento tuve la seguridad de que nunca volvería a sentir lo mismo por ella nunca más. Recordé lo que había sentido minutos antes del cambio de milenio, y supe que ella era parte una etapa de mi vida que prácticamente se había quedado atrás.

El sábado 6 de febrero del 2000 me desperté con la noticia de que la PFP había entrado a desalojar a los huelguistas de C.U., me previnieron de NO pararme en la Facultad la siguiente semana… para no tener que barrerla y limpiarla después de 10 meses de abandono, así que hice caso y no fui. Yo era un NiNi ¿no? El domingo 13 de febrero fui a un Vip´s a comer con un amigo, comí entre otras cosas unos frijoles refritos que sabían un poco mal, y que me causaron la peor indigestión de mi vida (no es broma), por la noche-madrugada vi un espectáculo de la NBA, como a las 5 de la mañana me fui a dormir para despertarme a las 6 y estar a las 7 de la mañana del lunes 14 de febrero en la Facultad, no había nada que me obligara a ir, sólo una enegía y fortaleza interna que sinceramente no sé de dónde me salió, y contra mis propios pronósticos pude llegar a las 7, había dormido sólo una hora, pero no tenía nada de sueño. No hice nada ese día ni el resto de la semana, pero me sorprendió que desde el lunes 14 hasta el viernes 18 pude llegar sin problemas a las 7 AM, cosa que nunca antes en mi vida había podido hacer: siempre me había ganado el sueño que se juntaba con las ganas de dormir.

Aproximadamente medio mes después logramos inscribirnos y empezar clases, lo que determinó el fin de mi NiNiez, en octubre de ese mismo año entré a trabajar al mismo tiempo que seguí estudiando, y desde entonces jamás he vuelto a tener tiempo para desperdiciar.

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