Mi peor viaje en avión

Airplane

Era el domingo 22 de abril de 2007 cuando me pasó una de las experiencias más … «interesantes» de mis viajes en avión (hasta ahora).Desde mediados del mes de marzo de ese mismo año había estado realizando viajes de trabajo a diferentes lugares de México durante los fines de semana, soy entusiasta de volar, y para abril ya me sentía tan conocedor de los cielos como el Capitán Albores, así que pensaba que, aunado a mis viajes anteriores en avión, estaría preparado para cualquier cosa que no fuera estrellarse miserablemente. Sí, cómo no.

El susodicho día había viajado por la mañana a la pintoresca ciudad de Durango, trabajé a marchas forzadas y posteriormente regresé al Aeropuerto para venirme de nuevo a la Ciudad de México. Todo transcurría en absoluta calma mientras esperaba el vuelo, y al abordar el piloto nos dio la bienvenida como siempre, sólo al final de su comunicación comentó que se esperaba un vuelo con cielo despejado durante 45 minutos, y media hora de turbulencias. El avión: un Embraer ERJ-145MP de Aeroméxico Connect, con fila de 2 y 1 asientos, respectivamente.

Desde luego que a los 5 minutos los pasajeros que sí pusimos atención olvidamos lo dicho por el capitán, y nos dispusimos a volar. Yo en mi caso particular, tenía una fuerte carga de trabajo, necesitaba revisar y corregir muchos textos, y en cuanto alcanzamos altitud de crucero bajé la mesita de servicio y me puse a realizar esta labor. Todo iba normal, hasta que el capitán anunció escuetamente: «Tripulación: preparados para turbulencias», y ahí empezó el baile.

Ni siquiera había terminado el capitán de pronunciar la letra «s» de «turbulencias» cuando sentimos la primera sacudida, fue más fuerte de lo que me había tocado sentir nunca, y miren que para ese momento yo ya había viajado en aviones ATR-42, que en el aire se mueven como si fueran de papel; pero en esta ocasión sí sentí que el contenido de mi estómago no iba a durar mucho tiempo en su lugar.

Me ayudó el hecho de tener presión de tiempo: esa tensión me hizo ocupar la mente en algo más que el hecho de que el avión se sentía como si alguien lo estuviera estrujando y sacudiendo como si quisiera que los pasajeros salieran expulsados por las ventanillas, y por un largo rato no miré hacia la ventanilla, tratando de leer textos que ya para ese momento se veían dobles y hasta triples por el movimiento.

Al principio el resto de los pasajeros no prestaba atención a las sacudidas del avión, y la plática dentro del mismo se mantenía en un tono normal; no obstante, poco a poco todos se fueron callando, de modo tal que aproximadamente a los 20 minutos de iniciadas las turbulencias, sólo se escucuchaban unas cuantas frases aisladas, mientras el resto guardaba silencio. Yo asumí que se estaban poniendo nerviosos; aunque les dediqué sólo unos breves instantes de mis pensamientos mientras seguía intentando leer lo que tenía que revisar, pero ya no podía, el avión se sacudía incesantemente y ya se me estaba cansando la vista de tanto forzarla, por lo que decidí suspender ese trabajo y eserar el aterrizaje. Pero todavía no aterrizábamos.

Cuando finalmente guardé mis hojas decidí echar un vistazo por la ventanita del avión para ver si ya estábamos cerca del suelo y lo que vi me impresionó: estábamos rodeados absolutamente por todos lados de una serie de nubes largas, en diferentes tonalidades de gris, con algunas partes prácticamente negras, y ningún pedazo de cielo azul, vi hacia ariba, hacia abajo, a los lados y nada: todo eran puras nubes, una de las escenas más siniestras que he presenciado.

No obstante lo impresionante del panorama por la ventana y de las sacudidas que para ese momento mi autosugestión me hizo sentirlas más intensas, yo no podía dejar de ver hacia afuera, y en una inclinación que hizo el avión sentí que caíamos, ahí fue cuando me asusté. No ayudó mucho el que las 2 pasajeras que estaban justo atrás de mí, y que hasta el momento no les había prestado atención, empezaran a encomendarse a cuantos santos conocían, y no sé si en ese momento canonizaron a algunos más. Por un momento pensé que estábamos en una situación de peligro real; pero afortunadamente mi mecanismo de defensa entró en acción: el capitán NO había dicho ningún mensaje de alerta, las sobrecargos estaban sentadas en su asiento pero tranquilas, sin dar ninguna indicación a los pasajeros, y el resto de los pasajeros guardaban silencio sin mostrar ninguna señal de nerviosismo.

Finalmente salimos del manto de nubes en la última vuelta, y aterrizamos sin ningún problema. Al nivel del suelo NO llovía, se notaba que sólo había caído una llovizna por el pasto mojado y las pistas estaban secas, toda una ironía sin duda. Al llegar al lugar donde vivía, mi esposa comentó que en esa parte de la ciudad incluso no había llovido nada ese día, y que sólo se había nublado, yo por mi parte no quise platicarle con lujo de detalles lo que había pasado en el vuelo, y me relajé para disfrutar el resto de mi domingo, respirando aliviado de estar en un lugar con menos sacudidas y al nivel del suelo.

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